Cuento "Como en mi mejor sueño"

Todo salió bien. La había invitado a salir y me había dicho “sí”. Pasé por ella hecho un manojo de nervios y apenas pude guardar la compostura cuando apareció, sonriente y hermosa, como en mi mejor sueño.

Me dio un beso en la mejilla y me preguntó adónde iríamos. ¡Dios! Qué preciosos labios tenía, eran rojos, siempre entreabiertos como los de una pintura renacentista. Entonces le conté mi súper plan: primero pasaríamos por un helado y luego iríamos al museo de arte contemporáneo para ver una exposición surrealista que seguramente le encantaría, (omití la larga caminata que tendríamos que realizar para llegar de un punto a otro, cosa que me emocionaba hasta los huesos).

Sus labios esbozaron una pequeña sonrisa, me tomó del brazo y emprendimos la marcha mientras mi corazón latía a mil por hora.

Platicamos de todo y de nada, una charla sin descanso, como el vaivén de la pelota en un encuentro de tenis; me gustaba su voz suave y acompasada y todo lo que de ella emanaba, hablaba con la carga que sólo puede lograrse a través de muchas horas de lectura. 

Ya en el museo me contó la historia de algunas de las pinturas y hasta cómo había sido la vida de los artistas. Sus ojos brillaban con polvo de luciérnaga cada vez que hallaban un cuadro conocido, y su cuerpo regio se paseaba por la galería como si la conociera de toda la vida. Me encantaba la forma en que su cabello caía libremente por su espalda y cómo se mecía con su andar ligero. Era todo lo que había soñado y mucho más, una mujer de esas que es imposible asir solamente con las manos. 

Salimos de la exposición y comenzamos a caminar sin rumbo fijo, nos perdimos entre los árboles en compañía de nuestras voces y miradas. Entonces lo hice, respiré profundo y olí a primavera, a invierno y a todas las estaciones. Extendí mi mano para encontrar la suya sabiendo que después de mi pregunta nuestra relación jamás sería la misma... En ese momento mi prima sonrió.