Marzo: el mes en el que nacieron todas las flores ¡felicidades má!

lunes, 22 de junio de 2015

Minicuento "El secreto"

Un cuentito que explica el secreto del por qué los hombres somos más propensos a ser infieles.

El secreto

Y he aquí que el buen padre, alentado por los consejos de la madre, se acerca a su hija sollozante para consolarla por el engaño de su pareja:  

—Hijita mía, no voy a defender la infidelidad de nadie, pero has de saber la razón del por qué los hombres somos más propensos a este tipo de equivocaciones tan ajenos al entendimiento femenino: una vez que una mujer nos rompe el corazón por primera vez, éste se fragmenta en dos o más partes. Sufrimos, como antes amamos, profundamente, con un dolor que pareciera no tener fin. Y entonces, cuando piensas que has tocado fondo, sucede el prodigio exclusivo de nuestro género; llámale como quieras, misterio o fenómeno, lo cierto es que es un milagro y privilegio al mismo tiempo: acontece que cada uno de los pedazos se regenera adquiriendo una nueva conciencia y, créelo o no, cada parte aprende a amar por separado, es por ello que podemos querer a una, dos, tres, o a tantas mujeres como lo grande que haya sido el daño...

La madre —que hasta ahora escuchaba atentamente—, rechina los dientes mientras torna sus ojos iracundos en busca del sartén más cercano.

martes, 2 de junio de 2015

Minicuento "El héroe"

Hoy volví a mi taller de creación literaria después de un mayo súper Godínez, así que para conmemorarlo (y fuera de horario infantil) les comparto un cuentito que causó algo de polémica por su temática.

Quiero aclarar que el personaje no soy yo, ni representa mi ideología, ni mis creencias, ni está inspirado en un hecho real ni nada por el estilo, jaja; hay personas que se vuelan en sus interpretaciones de lo que escriben otros. Entonces ya dije, léase con la mente abierta (sobre todo las mujeres).

Igual y estoy exagerando, si lo leen me dan su opinión ¿vale?

El héroe

Desperté con un terrible dolor de cabeza. El cerebro me punzaba y todo me daba vueltas. La luz entraba cabronamente por la ventana, así que giré el rostro para esconder mis ojos y descubrí que ella estaba ahí a mi lado, ahogada de borracha, pero preciosa en la tranquilidad que sólo puede lograrse después de meterse de todo por horas, horas y horas. Se me paró. Pensé en aprovechar la situación para echarme una paja en chinga loca, pero rápidamente deseché la idea cuando comencé a desabrocharle la blusa y no se movió ni tantito, ni un milímetro, de verdad que estaba muerta; entonces decidí aplicar el mañanero completo, sinceramente una cosa un tanto osada, considerando que no era mi vieja ni nada, pero al final supuse que a ella no iba a importarle lo que le hiciera en ese preciso momento.

Me chupé las yemas de los dedos y puse manos a la obra. Despacito le desabotoné el pantalón y le bajé el cierre, jalé temblorosa pero delicadamente. Casi lloro de la felicidad cuando se asomaron sus calzones rosas. Bendecí mi suerte, apreté los dientes y tomé los bordes con ambas manos, pero cuando comencé a bajárselos me detuvo una inscripción inesperada. Su pelvis rosa estaba defendida por un hito escrito con marcador negro —imagino que indeleble— que enunciaba solemnemente “Esta pucha es mía”. ¡No mames! No les voy a mentir, el mirar esa frase en perfecta caligrafía me desconcertó un poco y me hizo pensar en la naturaleza de lo que estaba haciendo, por un momento decidí desistir, pero luego lo pensé mejor y estuve seguro de que la persona que había escrito eso era tan egoísta y mamona que no merecía mi consideración, ¡mira que dejar que esa preciosura fuera material para un solo pendejo! Me pareció la idea más estúpida e inaceptable del mundo.


Me paré como pude y avancé trastabillando hacia mi escritorio, abrí un cajón y saqué un marcador. Di la vuelta, me arrodillé ante ella y con el arma desenfundada justo arriba de su vagina escribí con letras grandes y rojas, para él y para el mundo entero: “¡Y ahora, también mía, y tuya, y de todooos cabrones!”.