Marzo: el mes en el que nacieron todas las flores ¡felicidades má!

lunes, 20 de junio de 2011

viernes, 17 de junio de 2011

¿Compita culto viajará al espacio?

¿Le interesará un viaje al espacio al buen compita culto? El excéntrico Dennis Anthony Tito , famoso por ser el primer turista en realizar un viaje a la luna, piensa que sí.

martes, 7 de junio de 2011

Lo siento, lo siento, lo siento! los recompenso con un Rolex

Las últimas semanas he tenido súper olvidado mi blog, pero bueno! al parecer he terminado de realizar la parte más pesada de los quehaceres que originó el cierre de Laberinto.

Aquí les solicito encarecidamente su perdón a través del siguiente cuento erótico (?).

Su historia es interesante porque lo entregué para dos clases, en una, mi maestra de literatura mexicana lo amó ya que estaba basado en la obra ¨En jirones¨ de Luiz Zapata que abordamos en clase y me calificó con 100, en la otra, mi maestro de guionismo para medios audiovisuales lo odió calificándolo como una ¨masturbación mental¨.

Lo cierto es que tiene un poco de las dos calificaciones. Volviendo a leerlo creo que podría escribirlo mejor en la actualidad, no estoy seguro sobre qué pensar de él ¿Ayúdenme no? Asimismo no sé si llamarlo ¨fuerte¨ dado que hay cosas que obtienen este calificativo más fácilmente, pero igual les pongo un signo de exclamación antes de leerlo, no se parece a nada que haya escrito antes... o después. Sin más, aquí lo tienen, escrito originalmente en el año 2003.


El Rolex y yo
Darío Jurado Martínez


Abrí los ojos, lagañosos aún. Los poros de mi piel habían liberado todo el sudor que contenía mi ser. Las sábanas de mi cama las había mojado nuevamente, sólo que esta vez conocía la razón del lago circundante: demasiada excitación para un cuerpo tan pequeño.

Sabía que hoy era el día, el miembro me lo decía con la exactitud de un Rolex, y no porque fuera fino o poseyera una elegancia descomunal, sino porque era nuevo, objeto ornamento que despertaría a su naciente uso. Parado estaba, así como él, en una comunión exacta para la fecha. Hoy sería el día, de eso ni duda cabía ¿Quién podría pensar de otra forma?

El gallo cantaba. El acostumbrado kikirikí de todas las mañanas retumbaba en mis oídos, -sisisisí, hoy me la tiro- le respondí. Complacido por mi decisiva afirmación, el animalejo asintió con otro chisguete.

Mis papás aún dormían, seguro ni siquiera les pasaba por la cabeza que me la había jalado varias veces anoche y, menos aún, que tendrían que lavar las colchas porque la fuente se había hecho más grande debido a que en mis sueños ella había tenido una actuación magistral. La verdad es que ya nada me importaba, los regaños los podría soportar y la hinchazón de cabeza y boca desaparecería en el transcurso de tres lunas.

Lo realmente trascendente era que hoy el día se percibía en forma distinta, aún el sol que había renegado por aparecer las últimas semanas asomaba los primeros rayos lumínicos, calientes como mi Rolex, como el cuerpo entero.

Mi relación con Manolo había llegado a las últimas, de hecho creo que nuestro encuentro nocturno había sido el colofón. Ahora mi miembro y yo iríamos en busca de nuevos horizontes líquidos. Juntos exploraríamos selvas, escalaríamos montes, desafiaríamos ríos turbulentos, lidiaríamos con fieras salvajes y, llegado el momento, descargaríamos nuestro sudor en cuevas profundas bebiendo el elixir prometido.

Aún con todo me daba lástima la situación con Manolo, después de todo siempre habíamos sido fieles el uno con el otro; lo amaba, así como creo que él lo hacia, así que antes de despedirnos le prometí que aún idolatrando a otra persona seguiría aceptando sus visitas de vez en diario. Al fin y al cabo soy humano ¿o no?

Sonriendo y con arma en mano me dirigí al baño ¡Vaya! Hasta en eso cambiaría mi rutina. Alejandra tenía que percibirme como la pulcritud andando, aunque hasta ahora no parecía molestarle mi olor a axila.

Mientras el jabón escurría por mis manos, recordaba nuestra última cita matutina...

Habíamos salido para ir a la escuela, de hecho lo hacíamos cotidianamente, nuestros brazos entrelazados y los corazones palpitantes, oía el chucuchú del suyo y ella el chacachá de mi reloj. Mientras caminábamos, la vereda se humedecía con nuestros jugos, el suyo era de guayaba y el mío de horchata. Nadie parecía percibirlo, sin embargo los dos sabíamos que aún fuera el uno del otro comulgábamos en las mismas piedras.

Para nada me molestaba el sudor que chorreaba de sus manos, de hecho había momentos en que llegaba a confundirlo con su propia miel, así que ávidamente lo bebía a sorbos, tal y como uno sorbe la espumita de una coca cola. Sus mejillas se sonrojaban cada vez que yo ejecutaba esa acción, y ve tú a saber qué otra cosa tornaba su color a un rojo más intenso.

La implosión de carmín en sus labios me indicó que era el tiempo de atacar. Furtivamente corrí hacia el montecito sin dejar que su mano se escapara de la mía. Entonces le levanté la falda y toqué sus nalgas, las apretujé contra mi miembro, que como un león preso añoraba salir de su encierro. No dejaba de besarla, mi boca recorría todo lo conocido de su rostro, desde la frente y oídos hasta su barbilla partida. Mi lengua amenazaba con explorar parajes desconocidos, aunque sé y sabía, sabíamos, que no erraría sobre qué lamer, qué chupar, qué morder y dónde retirarse. Sus piernas se cimbraron cuando un dedo explorador entro a su caverna cremosa, una línea de mermelada se deslizó a través de mis dedos haciendo que mi corazón estallara de pasión y miedo. Era el día, lo era. La bragueta cedió instantáneamente. El Rolex y yo, yo y el Rolex, nos disponíamos a penetrar la selva virgen, lugar prometido que ningún hombre antes que yo y mis instrumentos de guerra había profanado. Sin quererlo, mis manos, brazos y piernas, todo yo, temblábamos al unísono. Escurría, así como ella, lo sabía no por mis ojos, que desde hacía rato no permitían el acceso de la luz, sino por mis rodillas encharcadas en el lodo de nuestros deseos y placeres. Apenas perceptiblemente, Alejandra susurraba un -no, no, nooo- que me hacía arremeter con más fuerza. Palabras que no eran más que un -sí, sí, siiií continúa papasito- o por lo menos eso creí hasta que oí el claxon del camión de don Pedro.

Al abrir los ojos descubrí que todo había sido un sueño, Alejandra estaba parada junto a mi lado riéndose a moco tendido, y es que lo que sí era real era el líquido que escurría mi Rolex. Se había descompuesto. Tanto tiempo había cuidado su manutención como para que me saliera con estas chingaderas ¡Chorreaba! mientras don Pedro no paraba de profanar el silencio del lugar con su incoherente pito de carro funerario. Al fin no me quedó más que tragarme la vergüenza y abandonar la vereda para abrirle paso al viejo gordinflón.

No fui a la escuela.

De ese tamaño era la pasión desenfrenada que sentía por ella, mujer objeto de mis desvelos y de mis encuentros frecuentes con Manolo, que parecía ser el único que me entendía en ese mundo de señoras apetencias.

Ya entrada la tarde, Alejandra vino a visitarme argumentando que traía la tarea. Como siempre mis padres la recibieron con agrado y le dijeron que me encontraba en mi cuarto castigado por no haber asistido al templo del saber, así que modosamente se ofreció a subir ella misma y entregar la misiva personalmente. Al entrar, no pudo menos que taparse los ojos porque Manolo y yo nos encontrábamos entrelazados en un encuentro candente.

Por supuesto que la sangre se me subió a la cabeza y mi rostro se tornó rojo al notar su presencia, sin embargo y para mi sorpresa, los ojos de mi visitante se pintaron de un pigmento distinto a todos los que había visto en mis libros para colorear.

De repente y sin aviso alguno saltó a la cama y me apretujó fuertemente. Sus manos me contenían sin que yo me explicara lo que sucedía realmente. Lo cierto es que ardía ¡no! se incineraba de la temperatura. Se colocó encima de mí y empezó a restregar su entrepierna contra mi confundido Rolex ¡Pum! Se abrió la blusa descubriendo dos hermosas colinas que esperaban por mis manos sedientas de apretujar sus formas. Mientras tanto, Manolo se esforzaba por entrar en acción, se debatía entre mi posesión y la de ella. Atónito estaba.

Mis piernas sudaban inmóviles mientras mis brazos se aprestaban a lo desconocido, aquello con lo que habían soñado pero nunca realizado. Su lengua recorría mis labios, los otros se abrían, derramaba saliva, chorreaba la miel. Comunión, carne y deseo.

Pronto sus pechos estuvieron al alcance de mis pequeños dientes, mi inexperiencia la hizo ahogar quejidos varias veces... Zumbidos de mosquitos, rugidos de felinos, gritos de micos y canto de millares de aves igual a una fruición salvaje.

Mis manos surcaban como flechas todo su universo de formas: muslos firmes, caderas amplias y senos enormes que se fusionaban con mis extremidades aún no del todo maduras. No lo creía, la pasión me hacía preso de la ceguera y la sensación táctil era mínima, más bien parecía la de un extraño en tercera persona, sin embargo todo esto no importaba, mis venas hinchadas de placer bien lo valían.

De repende y como un eco oí un rumor de lejanos pasos que se acercaban a mi habitación, con todo el dolor de mi Rolex vi sus muslos apartarse de los míos al mismo tiempo que sus manos se escabullían buscando la seguridad de la blusa abotonada -Mañana nos vemos chiquito- Susurraron sus cuatro labios.

Lo que pasó después es de tonalidad grisácea, como si la señal fuera mala e intermitente. No me sentía así desde aquella Navidad en que había tomado por error del vaso de mi padre. Torbellinos de ideas, palabras e imágenes carentes de sentido ¿Habré soñado nuevamente?

Así me encuentro desde entonces, eternamente esperando por mi nana para que me lleve a la escuela y, con un poco de suerte, al Edén mismo.