Ya no tengo miedo

Hace quince años mi papá me dijo que me iba a morir de hambre si estudiaba artes visuales. Era el invierno de 1999 y yo estaba por elegir mi carrera, era un adolescente como todos, tenía ilusiones y sueños. Muchas de las cosas alrededor de mi existencia eran inciertas, pero tenía algo claro, y eso era a qué quería dedicarme por el resto de mis días.

Sin embargo, y a pesar de aquella claridad diáfana, las palabras de mi padre calaron hondo en mí y me entró el miedo. Sin mucho pensarlo decidí anotar diseño gráfico como primera opción porque ofrecía un perfil de egresado un tanto más “empresarial”. Era joven y pensaba que tendría tiempo.

Al firmar ese documento no sabía que el 20 de abril del mismo año estallaría el movimiento “estudiantil” que paralizaría a la UNAM y cambiaría la vida de muchos jóvenes, entre ellas la mía.

No hubo clases extramuros en diseño, así que tuve que dejar de estudiar por casi un año y comenzaría uno de los declives más angustiosos de mi existencia. A la postre eso me llevaría a elegir otros estudios y otra universidad que nada tenían que ver con mis aspiraciones y anhelos.

No me quejo, lo anterior me llevó a conocer a algunas de las personas más importantes en mi vida y a tener la visión de emprendedurismo que tan necesaria es ahora. Eso también me permitió ser el hombre que escribe esto:

El día de hoy renuncié a mi actual empleo, no sobre la mesa, sino en mi mente. Muy pronto lo haré con papel en mano. Para muchos esto puede parecer algo intrépido o hasta estúpido en la época tan difícil que vivimos actualmente. Tengo un trabajo estable y hasta interesante podrían decir algunos. Pero no me gusta, no soy feliz. Yo tengo un sueño, un motivo de existir, y ya no tengo miedo.

Pensamos que siempre habrá un mejor momento, un tiempo utópico en el que no habrá deudas y nuestra estabilidad sea tal que al fin podamos emprender nuestro deseo más alto, eso para lo que nacimos, para lo que somos buenos, eso que nos apasiona y que hace latir nuestro corazón.

Hace un par de meses mi vida cobró otro sentido cuando vislumbré la posibilidad de quedar ciego, de perder el sentido que hace que la vida que nos venden a diario tenga significado. Paradójicamente eso me ayudó a abrir los ojos y a verlo todo más claro. Soñador o no, llegué a la conclusión que no hay otro momento más que el ahora, y no hay mejor tiempo que aquel que vivimos hoy y no mañana.

Hace un momento me dieron la noticia que había sido aceptado en un diplomado de ilustración, y muy pronto comenzaré a tomar clases adicionales de dibujo y pintura, mi pasión por sobre todas las cosas.

Así que eso quiero decirles nuevamente: hoy, quince años después, ya no tengo miedo. Sólo tengo la certeza que cuando uno ama algo y decide apostar todo por ello, el cielo conspira para que podamos decir “al fin soy feliz”.

¿Y tú para cuándo?