Por ahí alguien me dijo que lo que le faltaba a mi persona
era ser malo. Lo intenté, de veras lo intenté. Tomé un envase de cerveza vacío
y lo dejé caer en un cuarto de hotel con el afán de hacer un desmadre. No pasó
nada, el casco cayó yerto, sin la íntima cualidad del cristal de romperse en
múltiples e infinitos fragmentos. Rodó, como rueda mi cabeza cada vez que
intento ser malo.
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