El jueves pasado fue mi cumpleaños y emprendí la gesta épica
de realizar un festejo de cuatro días. Lo logré. No porque esto sea un gran
logro, o tal vez sí, el año pasado me aventé una celebración de casi noventa
días. No, no es un error. He llegado al punto en que después de tales eventos
mi cerebro no logra carburar sino hasta dos o tres días más tarde.
Eso es una llamada de alerta.
Las últimas veces he tardado mucho en conciliar el sueño,
siento como si me fuera a dar un derrame cerebral o algo, no sé cómo se sienta
aquello, pero lo imagino. La verdad es que eso tal vez no sería tan malo.
Después de todo si aún vivo quedaría inútil para cualquier pretensión humana,
no tendría que satisfacer mujer alguna en mi vida y tampoco tendría que
trabajar más, alguien tendría que ocuparse de mí y tal vez eso es lo único que
me da miedo, fuera del dolor que debe significar quedar postrado en cama.
Por otro lado tal vez podría comenzar a leer, a pintar, a
dibujar, disminuido claro, pero volvemos al mismo punto, sin la presión de
realizar nada más, porque nadie esperaría más de mí. Entonces podría dar
verdaderas sorpresas.
Lo que sí es que tengo que decidirme, si sigo así con
festejos extremos no podrá llevarme a nada bueno en la cuestión física, soy
tonto, pero no tanto. O lo dejo, o le sigo sabiendo las consecuencias.
Tal vez sólo estoy imaginando cosas.
Como dice un pasaje de las escrituras, Dios sólo acepta
fríos o calientes y escupe a los tibios.
… Y siguiendo esa idea he vivido pleno, de eso pueden estar
seguros.
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