Hoy 18 de octubre es mi cumpleaños. Es un día que genera
confusión en mi. Normalmente vivo una mezcla de gozo y depresión.
Me gusta celebrar atípicamente; tal vez la palabra
celebración no sea la correcta. Muchas veces salgo a caminar solo, sin rumbo
fijo, me compro un par de alcoholes y reflexiono en el parque o en una plaza
pública o en una banca solitaria. Contemplo los árboles, los pájaros, los
ocasionales transeúntes. Puedo ponerme borracho ahí mismo, o no. Luego me
levanto y entro a un lugar cualquiera, donde no conozco a nadie, me mezclo
entre las personas, procuro conocer gente, escuchar lo que tienen que decir.
He de decir que a la mayoría de personas esto les resulta
raro, muchos me consideran un individuo extremadamente sociable, y lo soy, sin
embargo me gusta la soledad, he aprendido a vivir con ella, me siento fuerte a
su lado, pienso que a este mundo se viene solo y hay que aprender a lidiar con
eso.
Quiero compartirles cinco eventos que me han hecho crecer,
que noto como pasos importantes en esta carrera que llamamos vida. No son
precisamente los típicos como haber obtenido un título o comprometerse en
matrimonio, tienen que ver con íntimas vivencias.
1.
De jovencito tuve problemas para lidiar con la
demás gente, puede ser porque era extraño, ajeno, serio, distraído,
¿extraviado?, taciturno. Durante la primaria y la secundaria fui víctima de bullying, claro que en ese entonces no se le llamaba por ese término; a los chavos más grandes y fuertes no les gustan los niños así, mucho menos los
que hacen tarea extra y levantan la mano, así era yo. Al entrar a la prepa
quise cambiar eso, no necesariamente porque me sintiera mal, sino por intentar
ser más cercano a los demás, para no sentir esa agresión constante en mi vida,
para saber qué era el sentirse aceptado por los demás. Funcionó. Esa fue la
génesis del individuo sociable que soy ahora. Si estuvo bien o mal no lo sé,
pero cambié, aunque sé que intrínsecamente sigo siendo el niño callado de
aquellos años. Pues bien, la primera vivencia tiene que ver con ello, digamos
que fue una terapia: El cantar en los camiones y en el metro. Estoy seguro que
esto sería muy difícil de realizar para la mayoría de las personas, supone no
sólo ser aventado, sino saber lidiar con todos los problemas que ello presenta,
los arredros por parte de otros vendedores o la represión policiaca, es más, el
mismo hecho de pedir dinero es un reto en sí mismo. Lo hice, y no sólo eso, fui
bastante exitoso en el transcurso de unos meses. Ahora sé que si en algún
momento de la vida lo laboral-capitalista llega a fallar, el hecho de
acompañarme con una guitarra puede salvarme de no comer.
2.
Hay momentos de la vida que nos marcan para
siempre. Esto no necesariamente es un hecho significativo para los demás;
podemos estar hablando de observar un choque, asistir a un funeral o saber del
divorcio de un pariente cercano. En mi caso fue mucho más simple, el que mis
primos mayores me invitaran a ver la película “Tiburón” mientras mis padres
cenaban con los suyos. Debo decir que a mi corta edad, y aún ahora, la he experimentado
como la película más escalofriante de todos los tiempos. No sólo me conmocionó,
sino originó en mi una serie de sueños terroríficos en los que tenía que lidiar
con escualos todo el tiempo. Aún me soñé devorado. La segunda vivencia tiene
que ver con eso. En una visita que hice con mis padres a Cancún mi hermana y yo
fuimos a una experiencia de buceo, por aquellos días podía hacerlo bien porque
entrenaba con un acapulqueño todos los fines de semana (claro que en una
alberca). Pues bien, mientras estábamos viendo pececillos y esponjas de colores
llegó otro instructor para decirnos que a un kilómetro de distancia había un
tiburón dormido, a lo que nuestro facilitador nos preguntó si queríamos irlo a
ver. Les juro que no recordé mi pavor por tales animales, fue una catarsis, una
emoción instantánea. Contesté que sí. Mi hermana se quedó en el bote y yo me
encaminé con el cancunense y otra persona hacia aquella caverna donde
descansaba el pez de mis pesadillas. Al fin llegamos después de escupir los
pulmones. Y qué les digo. Tuve la oportunidad de ver a un tiburón de
aproximadamente 4 metros de longitud en mar abierto, a 4 metros de distancia,
sin control, sin que le hayan sacado sus dientecitos, sin protección alguna, en
fin, lo más impresionante del caso es que no sentí temor alguno. Así, sin que me diera cuenta, ese día me curé
del pánico a los selacios.
3.
Los que me conocen saben que una de las cosas
que más disfruto es viajar. Desde que tuve la primera oportunidad de hacerlo ya
hace algunos años, no he parado de intentar escaparme de la gran ciudad de
México con rumbo desconocido. Gracias a ello he podido conocer increíbles
personas, deliciosas comidas y magníficos lugares. Son experiencias que nos
recuerdan que estamos vivos, que no somos zombies, que un pinchazo de aguja no
lo es si no se sangra. La tercera vivencia la extraigo del libro de Brasil,
fantástico sitio. Esto tiene que ver con el hecho de cantar, pero también con
la costumbre que tengo de no dejarme intimidar por aventuras que parecen
peligrosas. Uno de los días de mi estancia terminé en un seminario por azares
del destino, tal vez aquí convenga hacer un paréntesis, y es que la mayoría de
las personas ubica a los padres como personas rectas y ordenadas, pero también
estáticas e inflexibles, rigurosos y puritanos dirían algunos. Bueno, pues
permítanme decirles que se equivocan, por experiencia propia (y hablo con
conocimiento de causa porque muchos años toqué en estudiantinas eclesiásticas),
los padres son de las personas más afables con las que uno puede toparse en la
vida, no sólo son inteligentes, algunos también son sabios, son amigos, guías
espirituales, que no reprimen sino aconsejan. Imagínense entonces qué fiesta
significa compartir la mesa en un seminario. Uno de los seminaristas me invitó cordialmente
a que lo acompañara a una misa que tenía que oficiar. Yo no sabía dónde sería
ni de qué se trataba pero fiel a mis máximas de vida seguro fui con él. Resultó
una experiencia fabulosa porque pude entrar a lo que sólo se ve en películas.
La ciudad de Dios si es que alguno sabe de lo que hablo, es una cinta que
recoge una pequeña parte de lo que es vivir en una favela. Y ahí andaba su
servidor, caminando entre laberintos insondables que llevan a ningún y a todos
lados mientras ojos contenidos en cuerpos morenos observan; sendas de olores y
suciedades, de pobreza y de vida, porque ésta sólo se respira cuando abres tus
orificios nasales a todo, absolutamente a todo. Al llegar a la capilla asistí a
una de las celebraciones más bellas de toda mi vida que fue coronada cuando
Ernani, que así se llamaba el seminarista originario de África, me invitó a
pasar para contar mi experiencia mexicana en tierra brasileña frente a todos
los feligreses. Ellos me regalaron una gran sonrisa cuando hablé de su magnífico
y tremendo país, de su magnética gente, de su camaradería y hospitalidad
latinoafricana. La cosa no acabó ahí, para mi sorpresa él me invitó a que
compartiera una canción con el grupo de la parroquia. Así que toqué la guitarra
y canté como nunca, una pequeña voz mexicana en medio de la ciudad de Dios.
4.
Desde aquel día que decidí dejar de ser humanito
en mundo de humanotes mi vida ha sido una fiesta. El sortilegio se rompió
dejando al descubierto una cascada de voces, abrazos, besos y canciones, bailes
y roces. De entre todas estas experiencias recuerdo una especialmente, que tuvo
que ver con mi pasión de viajar pues fue en Alemania, y mi manera de hacerme
notar, que como se habrán dado cuenta siempre ha sido cantar. En esa ocasión me
encontraba en una fiesta como tantas, entre una multitud de gente que hablan diversos
idiomas y tienen diferentes intereses. Recuerdo que me encontraba con uno de
los dueños del departamento, alemán por cierto,
y entre la plática salió que ambos teníamos una afición por cantar y
tocar la guitarra. Sentí que no me creyó, después de todo es muy fácil decir
que haces tal o cual cosa cuando no tienes el riesgo de ser cachado en la
mentira, y tal vez por eso fue que decidió a sacar una preciosa guitarra de su
cuarto, el cuate era rico seguramente, porque en su sala de estar había un tigre,
de esos que yacen callados con la boca abierta. Pues bien, comencé con lo mío y
poco a poco se fue apagando el bullicio para dejarme en el silencio que sólo se
logra cuando quieres escuchar algo que estás disfrutando. La fiesta
internacional me aplaudió y pidieron otra. Le seguí, claro, al público lo que
pida, y estuve así tal vez una media hora, haciendo que cantaran canciones
ininteligibles para ellos, digo, para eso existe el “cielito lindo”, “el rey” y
“soy puro mexicano”. Estaba en eso cuando uno de los chicos latinoamericanos
con los que iba me tocó la espalda y me comentó que ellos ya querían irse,
había una fiesta de espuma a la que ningún ojo latinoamericano podría faltar,
ya sabemos qué reacción química se logra con agua enjabonada, chicas y alcohol.
Asentí y volteé hacia la fiesta para decirles que muchas gracias por sus
aplausos y cantares pero tenía que irme. A continuación recibí el mayor halago
de toda mi vida, todos al unísono gritaron -nooooo, Darioooo, don’t go, you are
the soul of the party- que significa, “Darío, no te vayas, tú eres el alma de
la fiesta”. Lo repitieron varias ocasiones de diversas formas. Ojitos cerúleos
y cabellos ambarinos. Sentí padrísimo, inolvidable, ¡cuál rockstar ni qué
chingados!, ahí estaba ante mi toda la comunidad europea pidiéndome que me quedara,
sin conocerme; apenas media hora antes era uno más del montón. Sobra decir que
me quedé, aún sin la idea clara de dónde estaba y cómo iba a regresar al lugar
donde me estaba hospedando. Todo puede resolverse. En ocasiones nos dejamos
llevar por el hálito que significa irse con quien llegamos, jamás salir de
nuestros hábitos, no cambiar camino por vereda. Pues yo les digo que después de
esos 30 minutos viví la fiesta más fantástica en la que he estado t-o-d-a mi
existencia, y eso ya es decir mucho, porque haciendo una recopilación de las
que he asistido, seguro son más de 1000. Los que me conocen saben que no
exagero.
5.
Y
llegamos a la quinta, varias vivencias revolotean en mi cabeza pidiendo ser
ese quinto que es imposible que sea malo. Pero ya me decidí. Tiene que ser la
de una mujer, no precisamente el amor de mi vida, tampoco mi primer amor,
simplemente una mujer. Ésta tiene que ver nuevamente con un viaje. Tenía que ser. Por aquel
entonces estaba muy deprimido, no sé por qué, ello me es crónico e
incomprensible, tal vez algo de los genes porque la familia de mi padre padece
de esas cosas, son sensibles y artistas, íntimamente depresivos. Les cuento
entonces que andaba arrastrando la cobija, sin saber por quién, sin rumbo fijo.
Como canta Daniel Santos, “soy un pobre vagabundo sin hogar y sin fortuna”.
Entonces entró ella en la pintura, me saturó de color, me llenó de su mirada,
de palpitar del corazón, de mariposas en el estómago, de cabeza a la montaña
rusa, de cariño, de deseo, de incontrolable pasión. Todo en tan sólo 3 o 4
días, por ello es inolvidable. No puedo contar mucho de esto porque es uno de
los tesoros más enterrados en mi isla, basta con saber que fue un amor
prohibido, de esos de las canciones que cantan los bigotones o las divas del
amor. Qué rico es sentirte querido entre sábanas y colchones, el sentirte
acariciado por verbos de infinito aliento acompañados de palabras sucias que se
sienten las más impolutas al momento. Recuerdo la piel tersa y el roce cálido
bajo el sol canicular, los besos y suspiros recónditos, la carne erizada,
trémula. Fantasía de todas las estaciones del año en un fin de semana de verano.
No importa el desenlace de aquella explosión cósmica de sensaciones, dejó en mi ser su fragancia crepuscular por siempre.
Y así llego al día de hoy, lo único que deseo para mí mismo
es experimentar cinco vivencias más, y después… repetir la dosis.
¡Feliz cumpleaños Darío Shu!
"... más que genial saber de Tí por medio de esta retrospectiva!!!, reitero mis felicitaciones y mis deseos de que sea un año excelente para vos Compita !!! ...."
ResponderEliminarGracias! Son los comentarios los que inflan un ánimo exacerbado.
ResponderEliminar