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miércoles, 6 de abril de 2011

La jungla de simios, changuitas y moneadas

El metro de la Ciudad de México transporta más de 4 millones de personas diariamente, lo cual es un excelente número si queremos usarlo como  fuente de inspiración para la más amplia variedad de ejercicios narrativos y visuales.
Por mi parte, puedo decir que lo he usado por lapsos intermitentes durante mi vida, primero sentado en las rodillas de mi madre y luego principalmente parado, mientras transcurrieron mis años mozos preparatorianos.
 Desde principios de este año nuevamente acompaño su incesante recorrer en el tramo de la línea 3 que va de la estación potrero a copilco, 17 estaciones de puro placer donde se entrecruzan cientos de miles de historias; y ¿cómo no volver a usarlo? No sólo por la necesidad de llenar este blog de chuchadas, sino también por seguir esta lógica: “es mejor sufrir (o gozar) de arrimones y sudores ajenos con un boleto de 3 pesos, que aventarse largas filas de automóviles con sudoración propia y un costo aproximado de 20 o más pesos”. Eso sin contar el tiempo ahorrado si lo que se busca es cruzar la ciudad de polo a polo.
Total, resulta que ahora más que nunca se pueden encontrar un sinfín de personajes que parecen salidos de la mente de algún escritor venido a menos. Por ejemplo hoy:
Al subir las escaleras comencé el ritual de todas las mañanas, caminar al fondo de la estación con el fin de entrar en uno de los vagones menos aperrados y así poder sentarme a lo largo del recorrido; al igual que tantas otras veces  fallé en la elección y no tuve más que acomodarme en un lugar estratégico procurando dominar la posición para apañar un asiento apenas se desocupara. En eso estaba, cuando me llegó el peculiar olor que persigue a la mayoría de los chavos que se acercan a limpiar el parabrisas de tu coche ¿qué era? Activo.
La situación estaba así: el monito a mi izquierda pisteando en un vaso rojo desechable, probablemente cerveza, mezcal o thinner rebajado, el simio sentado frente a mí limpiaba esclavas con el solvente (presumiblemente robadas), los changuitos a mi izquierda moneaban, uno parado y otro  en su asiento, mientras una orangutana atrapada en el último lugar disponible hacia lo posible por alejarse mental y físicamente del ambiente alucinante (al observar su mirada no pude más que pensar que se veía lejos, lejos, lejos… tal vez en la playa de Caleta).
Mi primera reacción fue la de del sentido arácnido o, como diría el entrañable tío Gamboín, ojo mucho ojo.  Sin embargo con el transcurrir de los minutos decidí entrarle al inhale a distancia y parada de oído para ver si podía fusilarme alguna idea posteable aquí ¿Resultado? Muchas frases incongruentes, la mayoría incompletas e inconexas, otras tantas ideas vagas sin coherencia semántica y mucho menos sintáctica, bueno… creo que también no podía esperar mucho más de aquella situación. Total que no pude rescatar ninguna luz de los cuatro cerebros sumergidos en la sustancia, pero sí me quedé con una fotocopia blanco y negro que retrata en la forma más cruda la miseria urbana en la que estamos sumergidos.
El metro es una jungla de changos disque-inteligentes, y todos los que lo usamos le entramos a las moneadas, queramos o no.

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