Marzo: el mes en el que nacieron todas las flores ¡felicidades má!

martes, 19 de abril de 2011

Allá por el año de 2003...

Y ya que seguimos en lo vintage les comparto un cuento que escribí por aquellos años de 2003, para la clase de literatura mexicana.

Resulta que mi maestra de esa materia nos pedía realizar un reporte de cada lectura que veíamos en clase, y nunca pasaba de la calificación 90, más bien navegaba en el rango de los 80´s y hasta 70´s... entonces decidí entrarle a la innovación y le escribí un pequeño cuento como control de lectura para ¨Aura¨ del autor Carlos Fuentes (obra que por cierto causó algún revuelo hace algunos años debido a sus contenidos).

A partir de ese momento me la pasé escribiéndole cuentitos mediante los cuales obtuve la calificación de 100, no tanto por lo bien escritos, sino por la originalidad de abordar la lectura desde otro ángulo. Sin más, les dejo mi escrito, inspirado en el libro citado y con algunas ideas semióticas entre sus líneas.

¿Qué opinan?

Mi aura se expande


Escrito originalmente en el año 2003

Al despertar noto que nuevamente me encuentro aquí. El reloj sobre el buró indica la misma hora de siempre, ya no pienso, reacciono. Me levanto de forma monótona sabiendo que mis actividades serán, como tantas otras veces, aburridas en demasía. El espejo tampoco me dice nada, ese desconocido que se encuentra delante de mí aún tiene vestigios de aquello que solía ser, sin embargo ahora no le queda mucho de esa esencia adolescente ¿Cuándo dejé de conocerlo?

No lo sabré, no lo sabrás y no lo sabrán todos aquellos que se encuentran en los alrededores, hace algún tiempo ellos dejaron de reconocerse igualmente.

El lavabo, la regadera y la taza, todos esos objetos rústicos que siguen conviviendo  contigo, aún tienen su espacio hiriente en ese rincón desolado que es tu cuarto. No puedes verlos, pero los percibes, sabes cuál es su función, pero extrañamente no sientes necesidad de usarlos, conoces sus nombres, y sabes que ellos susurran el tuyo.

El transcurrir de los días te indica el acercamiento de la hora de lo que tanto has esperado, recuerdas todo aquel sufrimiento líquido que han sentido recorrer tus ojos blancuzcos a través de cavidades ahora vacías. Hace ya tanto tiempo que aguardas su llegada que has olvidado de lo que se trata. Ansías con ansiedad de luz, de conocimiento, de verdad, ahora nadie podrá arrebatártelas una vez más.

Destellos titiritan en tu universo único, el sarro impregnado está, ya lo sabemos, pero no nos molesta, nos hemos familiarizado. El aire que rodea el ambiente es seco, con esa esencia repelente a todo aquel que la desconoce, la siente ajena.

Despierto, despertamos, sigo aquí,  en esta soledad inamovible del rincón que me aqueja, el reloj en mi derruido buró marca la misma hora, no fluyen pensamientos, sólo acciones. Me levanto son soledad acompañada, inspirado por influencias ajenas a mis fuerzas, mi cuerpo me lleva, yo,  contenido en ese infinito de contorno limitado, penetro por cada poro de mi piel inerte. Me encuentro nuevamente ahí, frente a ese universo insomne, reflejo de las áreas reales, sé lo qué está sucediendo, no hay nadie con poder para detenerlo, la marcha continúa y yo no puedo contenerla por más que quiera.

Tu cuarto es el mismo, espacio ínfimo del cosmos que posees, terceridad apenas reconocible por la oscuridad circundante, sitio de transformaciones, de llamados  de desesperanza reclamando que te unas a aquellos con añoranza de ti. El lavabo, la regadera y la taza, objetos vivientes que susurran tu nombre.

Desconocido te sientes, con familiaridad única filtrándose a través de tus ojos, oídos y extremidades. Ahí estoy, ahí estamos, y en esa existencia individual solicitas sin pudor lo que es tuyo, lo que te pertenece: buró, reloj y sarro.

Las paredes que contienen la figura del sitio se estrechan, aparecen, no entiendes cuándo dejaste de percibir esa humedad indical, ahora lo posees, lo hueles, lo reconoces. Tu cuarto es el mismo, lugar de estudio y reflexión, de incontables noches iluminadas por hachas ahora fundidas, zona privilegiada de tranquilidad eterna, ajena al mundo exterior, aún ahora lo percibes como superfluo, vano, extraño a ti.

Empiezas a recordar aquellas ideas que te hicieron ser lo que eres, inmerso estás de sentimientos, de vida filtrándose por las paredes que te constituyen.

Despierto, igual lugar, yo denotante soy de él. El reloj que se encuentra sobre mi buró marca igual hora. Reacciono, luego pienso, con ideas materializadas en imágenes. Me levanto como tantas otras veces, cavilo ese recuerdo como uno aseteante a mi mente derruida por el tiempo, espacio protector de  múltiples contenidos en miles de expresiones divergentes. Azorado, corro hacia el baño… el lavabo, la regadera y la taza, todas siguen ahí ocupando el mismo lugar. Me observo en el espejo, puedo verme, me reconozco, soy yo, no hay la menor duda, pero ¿entonces por qué siento una presencia desolada que clama en lo más profundo de mi ser?

Me conocen, los percibo, ellos susurran mi nombre, y yo... susurraré el de ellos.

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