Me tardé más de un mes, pero bueno, aquí está. Necesitaba inspiración.
Estaba leyendo la primera parte de mi guía para NO tener a una mujer y la verdad me gustó bastante, si no la han leído hagan clic aquí (buenooo, alguien tiene que echarme
flores ¿no? Y si no soy yo, ¿pues quién?). Habiendo dicho esto, espero que la secuela
no sea como sucede en las películas, una versión pobre de la previa. Lo que sí,
es que esta entrega tal vez sea un poco más melancólica, sólo un poco.
5 formas para NO
tener a una mujer (2ª parte).
El momento perfecto
Aquella mañana me subí al camión que me llevaría al lugar
más feliz de la tierra (no, no Disneylandia, ni Tijuana y tampoco Las Vegas). Y
es que díganme ustedes si uno puede sentir mayor felicidad que cuando se tiene
diecisiete años y está a punto de vivir un viaje a una ciudad hermosa por la
que transitan personas hermosas y corren hermosos ríos de alcohol.
¡Adivinaron! El cervantino (nótese que el festival de
aquellos años no era en nada parecido al de ahora). Había ido un año antes, sólo
que en calidad de perro en carnicería o ladrón en bisutería, porque me limité a
ver preciosidad tras preciosidad desde el confinamiento del coche de mis
padres. Entonces juré que volvería a ir, y vaya que lo cumplí, por espacio de 5
años seguidos.
Pues bien, como les decía, aquel fin de semana tenía
planeado declararme a la niña que me había gustado durante meses. Era la mujer perfecta
para mí, la receta de la abuela, el atole de arroz con leche, el pollo en el
mole pues. Me gustaban sus ojos negros y sus labios rosas, pero más bien lo que
me enamoraba era su cabello ondulado negro azabache que corría por sus delicados
hombros apiñonados y terminaba por perderse en el sortilegio de sus curvas
adolescentes ¡ayayay! ¡Ah! ¡Cómo me gustaba esa mujer caray! Le habría dedicado
canciones que aún no habían sido escritas, aún esas de Espinoza Paz y el
Gangnam style. Pero bueno, no nos adelantemos.
La mesa estaba puesta. Como siempre sucede en ese tipo de
viajes, cada charrito agarró a su adelita, se hizo la criba. Comenzó a circular
el alcohol, las viandas y las palabras, el aire se llenó de risas y cuchicheos,
de miradas y roces, de felicidad y embriaguez núbiles. El ciclo se repitió una
y otra vez, durante el alba y durante la noche, así por tres días. Baco habría
estado orgulloso de nosotros.
Sin embargo algo me hacía falta, necesitaba el momento
perfecto, ya saben, cuando se observa una aurora boreal estando en el Ecuador,
encuentras un trébol de 5 hojas (sí, 5 no 4), o cuando ves una lluvia de
estrellas en el cielo gris de la ciudad de México. Esperé pacientemente el
precioso instante, lo deseé, como se desea que sea la mañana del 6 de enero
cuando se es niño.
No me malentiendan, hubo momentos, como cuando una amiga
suya (que creo se llamaba Celestina) se me acercó a preguntarme si me le iba a
declarar porque yo también le gustaba (mientras ella esperaba), o cuando
estuvimos en un antrillo y todas las demás parejas se pararon a bailar para
dejarnos solos, o cuando compartimos una cama y dormimos abrazados, o cuando
estábamos bailando y todos gritaron al comenzar la rola de Up & down de
Vengaboys.
Sí, hubo momentos, pero no como el que yo esperaba, no como
el que ella merecía, no como cuando una burbuja de jabón se queda en tu mano
por más de 3 minutos o cuando te subes al trole y te encuentras con que eres el
único hombre entre niñas guapas.
Ya en el camión de regreso de un fin de semana fantástico
(porque lo fue), comencé a idear cómo decirle que me encantaba y en cómo le
declararía mi intención de hacerla feliz, de descubrir junto con ella un sin
fin de cosas, de querer caminar tomados de la mano en el parque cercano a su
casa, de mi necesidad de besarla y de hacerlo como la dama y el vagabundo, con
todo y el acordeón y la pasta.
Al fin pensé en invitarle a comer unos tacos, ja, ya saben, bien
romántico. Pero bueno, al menos ya tenía un plan. Cuando llegamos a nuestro
destino y descendimos del camión apenas pude acercarme porque ya la estaba
esperando un tipo. Mi corazón voló hecho pavesas.
La vi alejarse en medio de la noche sin dar vuelta atrás; yo,
con los brazos caídos, me reproché el no haber aprovechado la oportunidad de
haber estado prácticamente pegado a ella durante tres días.
Sobra decir que jamás he besado esos labios enmarcados en
aquel cabello ondulado negro azabache.
Lección 4. No esperes
el momento perfecto, éste siempre lo es… si estás con ella.
La única
Era el pináculo de mi vida. Tenía la edad en la que los
colores son más vívidos y los movimientos son más ágiles, un mundo en el que
los mosquitos no zumban al alzar el vuelo y las faldas negras son transparentes.
Aquella semana inolvidable fui a un intercambio escolar en
la ciudad de Oklahoma, ¿y qué les puedo decir?, mmm, pues que más que ciudad es
un rancho grande extremadamente aburrido, sin embargo es uno de los sitios que
más añoro, ¿por qué?
Por ella compañeros. Por ella. La mujer más hermosa que me
ha hecho caso jamás. Por aquel cabello rubio lacio, por aquellos ojos verdes,
por la nariz hecha a mano, por los tiernos labios carmesí que alguna vez
susurraron mi nombre, Dario, así sin acento, como Mario Bros, pero con D, le
dije.
Caminaba en etéreo, que así caminan las mujeres de su
estirpe, sin que parezca que tocan el suelo, ¡ensueño hecho mujer!
¡Oh bueno! blablablá, pa’ pronto, estaba bien, bien, bieeeen
buena.
Ya ni les cuento del cuerpo, imagínenselo, súmenle dos
rayitas, y ahí lo tienen.
Total, como les decía, conocí esa visión en la clase de
español del tipillo que me hospedó. Aquel día habían preparado una presentación
especial en la que debían exponerme los lugares de interés en Oklahoma, ¡y vaya
que se esforzaron! porque prácticamente no entendí ni jota: el mejor de la
clase (al que menos le capté) expuso algo de la estación de bomberos, otro del
city hall, otra de la pista de patinaje, y una más del boliche, vaya que hay
muchas cosas “interesantes” que ver en su rancho.
Entonces ella… fue como una aparición, pasó a mi izquierda y
aspiré ese aroma a mil flores, o lo que es lo mismo, se me alborotaron todas
las hormonas. Me miró de soslayo, y siguió. Me la comí de un bocado con la
mirada, y la vi hermosa, como aquellas mujeres que sólo aparecen en tus sueños
y que ¡vaya! ¡Cómo disfrutas! (guiño, guiño).
Como les contaba, subió al estrado y me miró con sus ojazos
verdes, sonrió y comenzó a leer. Casi no entendí nada, pero no importó, de vez
en vez ella me preguntaba por la pronunciación de una palabra y yo le
contestaba embelesado, recuerdo al menos una, ¿tijereras? ¿scissors? ¡Tijeras!,
respondí galantemente ¡qué bonita palabra oiga usté!
Aquí tengo que hacer un breve paréntesis.
Ese viaje sí que fue una revelación para mí, porque absolutamente todos los mexicanos del intercambio, altos y chaparros, gordos y flacos, morenos y más morenos, ligamos alguna pareja de mucho más alta calidad que nuestros estándares. Pensemos en oso negro y absolut, William Lawson y Johnnie Walker o aguas locas y ponlas locas. De hecho, me sorprendió que varias de mis compañeras (algunas al nivel de bruja de cuento) se cargaran Leonardos DiCaprio, y algunos Backstreet boys, que por aquel entonces eran la locura para las pubertas.
Y bueno, no es que sea muy galán ni mucho menos, pero a mí
también me fue muy bien, y eso que no usaba el perfume 7 machos tan popular por
aquellos tiempos. Mi chilangoappeal fue suficiente para que me aventaran piropos
¡sí! ¡De a deveras! Por ejemplo, durante una presentación en una clase les dije
que me gustaban los videojuegos, la profesora se apresuró a decir que debería
ser amigo de un güero desabrido que también era fan, a lo cual una chica dijo
que a ella no le gustaban pero que ciertamente aprendería si iba con ella a su
casa y le enseñaba, otra más dijo “me too!” ¡ah jaja! Qué daría yo por tener una máquina del tiempo y ver
mis mejillas rojas. En fin, aún con todo, yo sólo tenía ojos para una (pobre
loser).
La segunda vez que la vi, la maestra nos dividió en parejas
y “casualmente” me tocó con ella. Jugamos “matamoscas”. Divertido juego lúdico
que se trata de poner cartoncitos con diversas imágenes en una superficie lisa,
entonces se empiezan a decir los nombres y tú debes pegar con la palma abierta la
tarjeta que corresponda lo más rápido posible.
Así, como cuando Jack dibujó encuerada a Rose en el Titanic,
ese ha sido uno de los momentos más excitantes y memorables de mi existencia. Su
cabello dorado en vaivén, su genial y sincera sonrisa, sus mejillas sonrosadas
en fondo blanco, sus ojos verdes reflejando mi rostro, sus manos suaves jugueteando
con las mías, el corazón acelerado y la mente revoloteando, todo, todo, todo,
era… un momento onírico que no hubiera querido que acabase jamás.
Llegó el viernes, apenas la tercera vez que tendría contacto
con ella. Recordemos que en aquel entonces no existía ni facebook, ni hi5, ni
messenger, ¡es más!, los celulares eran un lujo, igual servían como medio de
comunicación que como arma blanca.
Ese día mi anfitrión me dijo que ella le había dicho que yo también
le gustaba. Mi corazón dio tal vuelco que creo que aún lo tengo al revés. Pasamos
a un centro comercial y le compré una rosa, de esas grandotas caníbales (porque
están tan gordas que parece que se han comido otras iguales).
Entramos a la clase de español y me comencé a sentir mal,
como siempre, si no es lo uno, es lo otro, y esta vez mi pequeño cuerpo excitado
me hizo la mala pasada de darme chorrillo, o no sé qué, algo por el estilo. Salí
a la enfermería y me dieron un menjurje que me alivianó medianamente. Apenas
regresé para tomar mi rosa a tiempo y dársela al terminar la clase.
Ella entornó los ojos grandes grandes, así más o menos como los
del gato con botas de Shrek, sonrió, me dio las gracias y rodeó mi cuello con
sus brazos. Ha sido el abrazo más tierno y rico que me han dado. Creo que aún
me tambalean las piernas y me dan ganas de hacer pipí.
Yo también la abracé, fuerte, sentí su cuerpo y sus pechos calientes.
Su aliento abrasador me puso chinito el cuello. Su mejilla acarició la mía y me
dio un beso, en ese instante me embriagué para siempre de su perfume gringo campirano.
Me susurró un “see you at chemistry”, se separó lentamente de mí y caminó en
dirección a la salida donde una amiga la acompañó con grititos cuando le enseñó
la flor. Me sentí en serie gringa, ¡qué Dawson’s creek ni qué chingaos!
Lo que pasó después lo veo en escala de grises. Las horas
fueron eternas, español era la primera clase y química la última. Obviamente, y
como pueden adivinar, cuando entré al salón de mezclas y compuestos mi mente se
bloqueó, como siempre, como tantas otras veces, me quedé inmóvil como cuando tienes
un examen de 50 preguntas y te quedas ensimismado en la número 3.
Cuando llegó la hora de la salida, ella se acercó a mi banca,
me agradeció nuevamente por la rosa y se despidió de mí. No dije nada, no le
pedí su teléfono, no atiné a enunciar una sola palabra en inglés… o español.
Ese día más me hubiera valido ser mudo.
Ya en la noche hicieron una fiesta en honor de todos los participantes
del intercambio. Yo estaba desolado. La maestra de español se acercó a mí para
preguntarme por qué me encontraba tan triste. Le conté mi historia y me sonrió,
me dijo que con gusto me daría su número de teléfono.
En eso estábamos cuando para mi mala suerte (y créanme que
en cuestión de mujeres sé de lo que hablo), mi anfitrión que había oído todo, se
acercó y le dijo que no me lo diera bajo el argumento de que gato con botas
era una mala influencia para mí, porque tomaba y era demasiado fiestera, ¡carajo!
Nadie, nadie, nadie en la vida ha proferido en mí tal ofensa. Mira que dejarme
sin una mujer preciosa que le encanta la fiesta y el alcohol.
Pero bueno, no le echemos la culpa a %&·#@÷/+*, lo
cierto es que yo había tenido el tiempo necesario para hablar con ella y pedirle
su número, para invitarla a salir y decirle de la fiesta, para acariciarla, abrazarla,
besarla, hacerle un hijo… jaja, bueno no, no tanto, pero sí me perdí el que me
mostrara “la hospitalidad americana”, como ella misma dijo en referencia a cómo
quería agradecerme la flor. Damn, eso sí que me dolió más que un golpazo en las
dos espinillas.
Ya para entonces todos sabían de mi pequeño romance, así que
un maestro se me acercó para decirme que no estuviera así, que me divirtiera,
al fin y al cabo estábamos en una fiesta. Me tomó del hombro y me dijo que
fuera a una mesa cercana, en ella se encontraban sentadas tres chicas muy
guapas, así como las chicas superpoderosas, bueno, la verdad ni sé, porque
tenía los ojos nublados. Él me dijo ¿no están guapas?, pero lo que realmente
quiso decirme es que no era el fin del mundo, que siempre crece yerba después
de la erupción, que un barrito no deja huella si no se rasca, que lo que no te
mata te hace más fuerte.
Las niñas me miraron, sonrieron y me preguntaron mi nombre,
yo me limité a regresar el saludo y salir del lugar. Quería estar solo,
acompañado en mi soledad por la visión de la mujer que no era, nunca había sido
y nunca sería.
Jamás besé esos labios carmesí que susurraban Dario, sin
acento, como Mario Bros, pero con D.
Lección 5. A pesar de
que creas que el perderla para siempre es el fin del mundo, no lo es, hay
millones de mujeres sobre este planeta. Elige otra, si no la olvidas, al menos
sí por un ratito.
Tengo otras anécdotas, pero tal vez convenga dejarlo aquí, alguna
otra ocasión les contaré de los besos y caricias que sí he podido dar, y el
cómo la risa de dos seres es una invitación de verbena para cada alma, y el
cómo, por un instante, un solo momento, se enfrascan en una danza que queda impresa
por siempre.
Gran lectura. Buenas anécdotas. Me gustó mucho el estilo. Eso sí, qué loser. Casi, caaasi, me igualas.
ResponderEliminarJajaja, gracias por leer. Si de alguna forma te viste reflejado eres un champion. ;D
EliminarBuenísimas tus anécdotas, vaya manera de mantenerte Virgen amigo jajajaja, ¿pero cuál de ellas es la de la solicitud de amistad?
ResponderEliminar¡Gracias por leer! Obviamente la última, la idílica flor gringa campirana, cuya carta en respuesta a una mía esperé durante meses. Alguna vez se lo diré frente a frente, y la veré sonreír, incluso si sus besos nunca serán para mí porque acaba de comprometerse. ¡Qué contrariedad! Al menos sigo siendo virgen, jaja.
EliminarBuenísimas tus anécdotas, vaya manera de mantenerte Virgen amigo jajajaja, ¿pero cuál de ellas es la de la solicitud de amistad?
ResponderEliminarEstá bien, está bien. Lo volví a leer. Pero qué amigo taaaan ñoñazo tengo.
ResponderEliminarY luego no quieres que te bulee. No sé cómo has sobrevivido tantos años.
Está bien, está bien. Lo volví a leer. Pero qué amigo taaaan ñoñazo tengo.
ResponderEliminarY luego no quieres que te bulee. No sé cómo has sobrevivido tantos años.