El ladrón
Por Darío Jurado
-No logro
separarme de ella -fue el único argumento que pude esgrimir al señor juez en el
estrado. -Siento
que todo haya ocurrido así, añadí al observarte sentada frente al tribunal esperando la sentencia en contra mía.
No tendría que haber pasado esto, no lo deseaba, aún no
logro entenderlo completamente, sin embargo es claro que una parte mía mancilló una parte tuya.
El juicio fue rápido, con la aceleración turbia que procede de hilos intangibles y oscuras voces encumbradas. La opinión pública pedía el mayor escarnio para mi, y aquí estoy.
Tú
bien sabes que todo sucedió increíblemente rápido, en un suspiro, en una sola
mirada. No sé si fue fortuna o maldición el que aquella tarde nuestros pasos se
intersectaran en esa acera, y el que tus ojos infinitos se posaran brevemente sobre
los míos.
Inmediatamente
sentí la carga umbría.
Te
volviste loca, tus prominentes padres movieron cielo, mar y tierra para encontrar
al desconocido transeúnte, y ya ves, me hallaron bajo tu balcón, inmóvil,
encandilado, expectante.
Fue
ese parpadeo, ese tímido instante eterno el que lo cambió todo para los dos,
para mis ojos, cerebro y labios, para mi corazón incandescente desde entonces, para
mi cuerpo todo, ahora trémulo.
Lo
siento, no fue mi intención transgredir tu mundo, no pude hacer nada. Espero
que mi muerte te regrese eso que añoras y crees perdido, sólo quiero que sepas
que estamos ligados aún más allá del fin, porque tus ojos, también ladrones, se
llevaron mi alma en ese instante.
Te
amo inconmensurablemente, tal vez esa sea la única explicación para que tú
hayas perdido una, y yo, un hombre cualquiera, posea dos, mi sombra y la tuya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario