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miércoles, 8 de abril de 2020

El regreso del chismógrafo


Me parece súper curioso y hasta divertido que en días pasados se hayan popularizado las listitas con preguntas que te invitan a responder y compartir entre tus contactos. En mis tiempos se llamaban chismógrafos.

¡Ah los chismógrafos! Recuerdo la primera vez que llegó uno a mis manos. Me pareció fascinante.





Tal vez la generación Z lo encuentre ridículo, pero en aquellos años la única forma de obtener información (en secreto) sobre las personas que te interesaban, consistía en echar una ojeada a unas libretas que rondaban por los salones de clases. En ellas podías encontrar los gustos de tu crush: desde el color que le gustaba, pasando por su comida y animal favoritos hasta el ansiado número de teléfono.

Su funcionamiento era simple: una persona, idealmente una chica o chico popular, usaba un cuaderno para llenarlo con preguntas de todo tipo, algunas generales y otras más íntimas. Para ello ocupaba una hoja por pregunta, y establecidas las interrogantes (de 40 a 100) invitaba a los compañeros del salón a responderlo y a su vez colocarlo en nuevas manos para convertirlo en un poderoso instrumento informativo.

No es de extrañarse que los chismógrafos más exitosos fueran los que incluyeran las respuestas de la élite del grupo: los más guapos, o los más rebeldes y admirados. El llenado del cuaderno por parte de algunos de estos miembros aseguraba su trascendencia porque todo el mundo buscaría la forma de participar en él.

Si la memoria no me falla, en aquella ocasión recibí el chismógrafo más bien por equivocación y no porque alguien me solicitara que lo llenara. Yo era el nerd del salón y probablemente no eran tan interesantes mis respuestas más allá de para una o dos personas, pero eso no impidió que lo revisara con una fascinación pocas veces experimentada.

Se lo pedí a la dueña con el firme propósito de analizarlo a profundidad y me permitió llevármelo a mi casa bajo la condición de que no lo encontraran mis padres ni ningún maestro. Recuerdo que ella fue muy clara en este punto y dudó un poco antes de confiármelo, pero finalmente accedió. ¡Imagínense ustedes! En aquellos tiempos los chismógrafos estaban prohibidos. Me imagino a dos o tres profesores leyendo entre maravillados y absortos las cosas que hacían vibrar a los pubertos.

Al llegar a mi casa todo tonto y excitado pude constatar que ante mí se encontraba uno de los objetos más alucinantes y provocadores que jamás hubieran tocado mis manos. Ahí estaban los gustos y deseos más recónditos de mis compañeros, o al menos eso creí, y salivé por haberlos descubierto.

Siendo como soy, y creyendo que podía hacer las cosas mejor (hasta la fecha sigo cayendo en el mismo error, jaja), me dispuse a crear uno por mi cuenta, el “mejor de los mejores”, lo que se supone sería la Biblia de los chismógrafos. Así que cuidadosamente establecí un plan: conseguí un cuaderno nuevo, estudié la lógica y estructura del objeto, decidí qué tipo de letra usar para evitar que se me relacionara con él, elegí a quién se lo daría para asegurar su máxima viralización, y me enfoqué en hacer preguntas más indiscretas a partir de la que pensé era la más candente jamás hecha: “¿has jugado fajedrez?”.

Jaja, parece que fue ayer. Recuerdo cómo me alucinó esa pregunta al leerla por primera vez, y no entendí por qué no la habían desarrollado en las siguientes hojas a través de más y mejores cuestionamientos. Claro que una vez que me dispuse a hacerlo me encontré con el gran dilema de poseer muy poca información al respecto, así que lo resolví de la mejor manera posible y como Dios me dio a entender.

Claro que fallé estrepitosamente por lo que mi chismógrafo fue un rotundo fracaso. Comenzaba muy bien, no me malentiendan, llegó a las manos de todos los que eran “alguien” en mi escuela, pero cometí dos errores fundamentales: uno, lo hice demasiado largo pensando en que era mejor utilizar las 100 hojas sin tomar en consideración que no todos eran como yo a la hora de escribir; y dos, que mis preguntas relacionadas al fajedrez y los besos eran bobas, excesivas e incoherentes por mi evidente desconocimiento sobre el tema. Dicen por ahí que cuando se escribe sin saber se nota.

Además algún cabroncillo popular, del que ahora no recuerdo el nombre, terminó por hundir mi chismógrafo al escribir en uno de los apartados que era el peor que había respondido en su vida, con lo cual todos los que lo recibieron después de él dejaron las últimas hojas en blanco o sólo lo llenaron con monosílabos y rayones.

Qué lástima caray, aquel día terminé mi incipiente carrera como creador de chismógrafos y literato de farándula.

¿Les cuento un secreto? Ya decidí que le voy a seguir. Hoy como aquel día nadie me pasó el cuaderno para responderlo pero es mi firme decisión continuar rellenando las listitas. Me parece valioso compartir todo lo que te hace sonreír a la vez de recordar pasajes entrañables de tu vida, y vaya que los chismógrafos me han sacado dos o tres sonrisas.


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