“El tiempo”, llegar con él, vivir para él, bajo su
organización, según su puntualidad y sus reglas, en todo momento y en todos
lados: el trabajo, la casa, la escuela, la junta, la reunión, la cita, la
entrevista, la comida, el sueño, ¡hasta el sexo! Pero ¿realmente qué significa
eso? ¿Alguien podría vivir sin tiempo? Y es ahí donde entra la segunda parte de
esta reflexión, y a la que ataño su mayor sentido, ¿se puede vivir sin “ese tiempo”?
Para lograrlo tendríamos que pensar en él como una
oportunidad y no como una imposición, ligarlo a los sentidos de una existencia,
la nuestra, y dotarlo de una significación más profunda, acaso más fructífera y
menos férrea y vejatoria: “llegar a tiempo”, sí, pero a la vida de las
personas, al aprendizaje intelectual, a la fruición artística, a la experiencia
cultural, al deleite carnal, al descubrimiento del otro, a la satisfacción del
ser, a la conciencia nítida de estar hoy, que no ayer ni mañana… al embeleso de
la certeza diáfana de una muerte plena. Observar el tiempo no como una
medida numérica, sino como un contenedor de coyunturas vivificadoras.
Sí, eso reflexionaba durante la mañana, hasta que miré el
imagotipo de la estación Coyoacán, y descendí del metro con la prisa acostumbrada
para llegar y “checar a tiempo”.
Y durante siglos el solo concepto de sincronización o simultaneidad, que ahora damos por sentado, fue algo inalcanzable (e innecesario hasta finales del s. XIX). ¿Qué determina que dos eventos sean simultáneos? ¿Que sucedan al mismo tiempo? Y ¿cómo sabemos que lo son?
ResponderEliminarAdemás, casi nadie sabe a quién darle las gracias por la sincronización atómicamente exacta en la que vivimos. Si tienes un rato, una lectura muy interesante es:
Einstein's Clocks, Poincaré´s Maps - de Peter Galison (pídeme el pdf)