Marzo: el mes en el que nacieron todas las flores ¡felicidades má!

lunes, 15 de agosto de 2011

Benjamín Enciclopedia

Estimulado por la creencia popular (por supuesto errónea) de que un historiador es una pequeña enciclopedia andante y celebrando mi primera semana en esta nueva aventura que de momento encuentro fantástica (estudiar Historia), escribí este cuento que ahora comparto con ustedes. Si lo leen porfas, porfas, porfas ¡Díganme qué les ha parecido! ¿Va?

Desde ya ¡Gracias!




El extraño caso de Benjamín Enciclopedia
Darío Jurado 


Se dice por ahí que en una ciudad de cuyo mote no me acuerdo, existió un asombroso y peculiar personaje,  su nombre Benjamín, su apellido ya olvidado, pero suplantado por un alias que bien describía la grandiosidad de fenómeno que él poseía: Enciclopedia.

Desde muy pequeño Benjamín Enciclopedia sorprendió a sus padres, dedicados al humilde oficio de la agricultura, por su asombrosa capacidad de retención de significados. Aún antes de hablar podía escoger con facilidad entre una amplia variedad de bebidas y papillas, haciendo saber que prefería una u otra mediante chillidos cortos o pausados a manera de lenguaje.

No pasó mucho tiempo antes de que Benjamín Enciclopedia comenzara a hablar, y lo hizo tan bien y con tanta facilidad que al tener apenas un año ya poseía un léxico superior al de su madre y su padre, juntos.

Esto asombró sobremanera a aquellos hombrecillos, que por supuesto poseían una gran cultura, pero sobretodo una que se encontraba basada en la experiencia, en el recorrer caminos atestados de diferentes plantas y vegetales, en el conocer cuándo podía degustarse una fruta en plenitud, y cuándo era mejor hacer labores de metate al natural, entiéndase el retozar en medio de la naturaleza, sin el temor a ser vistos por la fauna de aquel lugar, que era muy curiosa por cierto, pero eso es historia de otro cuento.

Los padres de Benjamín Enciclopedia pensaron durante muchos días y noches qué hacer ante esta disparatada situación, temerosos en primera instancia, puesto que probablemente habían sido sujetos a algún embrujo lanzado a mansalva en alguno de sus fortuitos encuentros pasionales entre las milpas; esto podría haber sido perpetrado por alguna bruja senil y amargada que hubiera sentido envidia de la lozanía de sus cuerpos desnudos entrelazados.

Sin dejarse llevar por el impulso del momento, pensaron muy bien qué acción tomar durante los siguientes dos años, hasta que decidieron informarle a la persona de mayor conocimiento y cultura en la ciudad, el capellán Bonifacio Rendón, pero no nos adelantemos.

Ya para entonces circulaba una versión en el pueblo, y ésta era que Benjamín Enciclopedia había nacido con cola de cochino, dadas las múltiples invitaciones a los jolgorios comunales que habían sido hechas a sus padres y que siempre se topaban con una negativa, aduciendo enfermedades que afectaban al chicuelo, lo que no le permitía salir de casa bajo ninguna circunstancia.

Esto no hizo más que fortalecer aquel rumor, y algunos narradores orales aún aumentaron la característica de que el retoño también poseía unas largas y peludas orejas de borrico.

El clamor popular por conocer a Benjamín Enciclopedia siguió creciendo, tal y como un misterio secular o de creación.  Se hablaba de él en la taberna y el mercado, al igual que en el río y durante la lectura de los pasajes más aburridos que se abordaban en la Iglesia. De hecho, cirqueros y gitanos llegaron a ofrecer a los padres una moneda de oro para poder presentar a ese fenómeno a cientos de personas en diversas comunidades, algunas muy lejanas la una de la otra.

Gracias al amor que le profesaban a Benjamín Enciclopedia y a que tuvieron excesivo cuidado con él, no hubo ser vivo al que se le permitiera verlo durante sus primeros cinco años de vida, porque sus padres tardaron dos años en decidirse a hablar con el capellán y otros dos en cómo hacerlo.

Durante esos cuatro años los únicos amigos de Benjamín Enciclopedia serían los libros que su padre le conseguía de quién sabe dónde, porque de ello no se guardó registro alguno. Lo que sí se sabe es que los devoraba por igual (en el sentido figurado), así que  igualmente leyó a filósofos y físicos, historiadores y astrónomos, artistas y alquimistas, chefs y juglares, todos poseedores de compendios de chismes de reinos ya olvidados.

Por fin sucedió.

Un buen domingo, los padres de Benjamín Enciclopedia se presentaron en la Iglesia llevando consigo a un niño muy bello y sano, sin la mencionada cola porcina ni las orejas de burro, pero con la particularidad de hablar un prodigioso y perfecto español, cargado de grandes recursos estilísticos, acaso solamente comparados con la retórica magra del capellán Bonifacio Rendón, que hablaba fuerte y claro, formándosele masita en la comisura de los labios por la gran emotividad con que acompañaba cada homilía.

Semejante portento de criatura asombró a toda la congregación al grado del fanatismo, que sólo atinó a pensar en él como un mesías amalgamador de palabras. Un purasangre mítico que vendría a cambiar las condiciones de pobreza y marginación que había vivido el pueblo por centurias.

(Y no, el pueblo del que no me acuerdo no es México).

Acaso el más admirado en todo el recinto fue el capellán Bonifacio Rendón, quien al principio dio gracias a Dios por haber presenciado tal prodigio, acto seguido, fue embargado de un profundo temor, dado que él poseía una imagen imperativa y solemne en el pueblo. También dueño de un ardid de palabras domingueras que sólo él conocía en el lugar, ejecutando cantares con perfección con el fin de sosegar dudas respecto a su posible gusto por jovenzuelas y el vino de consagración, que por alguna razón desconocida, nunca acompañó a las hostias en el apartado de la comunión.

El capellán Bonifacio Rendón pidió serenidad a la Trinidad Santísima y ésta le fue concedida por derecho divino. Entonces solemnemente se acercó a tan soberana criatura y le miró con un aire de superioridad y ternura.

Musitó un bello cantar que contenía algunas de sus más escondidas palabras hablando del Espíritu Santo y cómo solía posarse en almas núbiles inocentes a través de lenguas de fuego, y de cómo la sociedad tenía un compromiso con estos extraordinarios seres que sólo nacían con la alineación de ciertos astros cada quinientos años. Al fin, toda la faramalla de palabras rebuscadas surtió efecto en los padres de Benjamín Enciclopedia, los cuales “decidieron” que lo mejor era mandar a ese niño a un confinamiento en el monasterio de los monjes sabios, un lugar en donde podría dar rienda suelta a todo el conocimiento que quisiera captar, pues tal sitio tenía la mayor concentración de mentes eruditas, así como un sin fin de libros  provenientes de las más remotas y antiguas polis. Se dice que sus magnánimos anaqueles contenían obras, tal y como el mar contiene granos de arena.

Sin mucha emoción y con la templanza que siempre caracterizó a Benjamín Enciclopedia, sólo susurró un sí, acto que permitió sonreír a sus padres, gritar de júbilo a todo el pueblo, y suspirar de alivio al capellán Bonifacio Rendón.

Días después y apresurando todo trámite para lograr su entrada a tan ilustre morada, se vio a Benjamín Enciclopedia caminar junto a sus padres tomando el camino pedregoso y enjuto que llevaba a aquel lejano sitio.

Lo que sucedió en los siguientes años es vago y confuso, dada la vida frugal de aquellos anacoretas; sólo puedo referir que se supo que ahí vivió infancia y juventud, primero tratando a aquellos monjes sabios como colegas y compañeros de estudio, pero pronto dejándolos muy atrás en cuanto a la cantidad de conocimientos que puede albergar un cerebro de tamaño regular.

Llegó a superar a las mejores mentes de aquella época, de todos lados, extraordinariamente libre de toda concupiscencia que representa el conocer muchas cosas de múltiples disciplinas y ciencias.

Lo que nadie supo y yo por casualidad sé, es que Benjamín Enciclopedia tenía un problema, y éste no era su capacidad de guardar con retención fotográfica cualquier texto o conocimiento que se le presentase, una suerte de cualidad sin igual para repetir con puntos y comas todos los libros que había leído hasta entonces, sino que nunca, óiganme bien, ¡nunca!, comprendió nada.

Falleció sin gloria, sin registro histórico de su paso por este mundo y sin que nadie lo supiese.

 Alguien, que no yo, descubrió este magnífico incidente y tuvo a bien recordarlo en su epitafio que aún puede leerse en su lápida funeraria, sobria y derruida, paradójicamente ubicada a la sombra de un manzano en un páramo sombrío que sólo pocos ancianos conocen:

Aquí yace Benjamín Enciclopedia, aquél que todo sabía y nada comprendía…



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