Marzo: el mes en el que nacieron todas las flores ¡felicidades má!

miércoles, 27 de agosto de 2014

Efecto Brasil

No sé por qué dejé pasar tanto tiempo para hacer esta publicación, bueno sí lo sé, cuando uno DEBE hacer algo es necesario reposar la idea, y cuando uno esté listo, dejar todo lo demás para cocinarla. Así que eso mismo haré el día de hoy.

Si estás leyendo esto muy probablemente sabes que el viaje que realicé al mundial de futbol en Brasil  se convirtió en mucho más que eso: en una experiencia de vida, en algo irrepetible e inolvidable, en una transformación evolutiva. Crecí enormidades y conocí a personas fantásticas, ni en mi mejor sueño podría haber anticipado lo que el destino me tenía preparado. Tal vez lo mejor de todo es que mis sentidos y mi capacidad de intuición se afinaron bastante, y ese es el tema de este post, permítanme contárselos con una pequeña narración: 


Hace algunos días comí con mi mamá muy cerca de la torre latino en el centro histórico de la ciudad de México y tenía la urgencia de ir a comprar unos lentes porque los míos los perdí en el viaje. Tenía dos opciones, la fácil, tomar el metro San Juan de Letrán y llegar mucho más rápido a mi destino, o la inusual, caminar tres kilómetros hasta la calle de Liverpool en la colonia Juárez. No sabía muy bien por qué, pero mi intuición me indicaba que la opción correcta era caminar, y eso hice.

Durante el trayecto observé las nubes negras sobre mí y anticipé que llovería, así que reconsideré mi decisión, ¿qué era mejor? ¿Comprar un boleto de metro y evitar la lluvia o comprar un paraguas y seguir caminando? Una vez más hice caso a mi intuición y continué el camino que previamente había elegido. No mucho tiempo después comenzó a llover y sonreí por primera vez.

Un par de kilómetros más adelante noté que se detuvo un carro, de él descendió un viejito que apenas podía sostenerse en pie, me llamó mucho la atención que el conductor no bajara para ayudarlo viendo sus dificultades, así que me apresuré a ofrecerle mi paraguas para guarecerlo de la lluvia. Cuando me vio, me dio las gracias y me solicitó que lo auxiliara un momento más porque tenía miedo de caerse. Así lo hice. Bajó del automóvil y para mi sorpresa bajaron tras de él tres mujeres de mediana edad, me pregunté por qué ninguna de ellas se había acomedido a ayudarlo. Apenas salieron del coche entendí por qué, todas huyeron despavoridas buscando dónde guarecerse dejando al viejito conmigo, obviamente decidí quedarme con él para apoyarlo en el camino hacia el techo más cercano que lo cubriera del agua. El trayecto duró unos pocos minutos, en los cuales me enteré que tenía ciento y cuatro años. Entonces sucedió, de pronto me ofreció una moneda antigua a cambio de cinco pesos. Después de buscar en su gabardina esto fue lo que me extendió.



De momento no accedí, diciéndole que no era necesario que tuviera ese gesto conmigo, pero él insistió bastante, añadiendo que si yo quería me podía dar otra para darle a mi novia (como si tuviera una jaja), madre o a quien yo decidiera. En eso estábamos cuando al fin llegamos al mercado en donde lo esperaba una de las mujeres; el viejito sacó otra moneda y me la ofreció, así que saqué diez pesos para obtener ambas piezas.



Le di las gracias y retomé mi camino con una gran sonrisa en el rostro. La intuición de la que les hablé no me había fallado: ese día tenía que caminar, tenía que llover, tenía que comprar el paraguas, y después tenía que tener la sensibilidad de ayudar a alguien con el fin de obtener ese grato recuerdo representado en las dos monedas. Pero mi mente no paró ahí, de pronto me pegó como un rayo, lo cierto es que lo importante en sí no era el dinero, sino el personaje que acababa de conocer, piénsenlo un poco, ¿qué persona anda por ahí cargando monedas antiguas a cambio de cinco pesos? ¿Cuál es su vida? ¿Cuál es su historia? Agradecí la iluminación y corrí en dirección del mercado para intentar encontrarlo y descubrir la respuesta a mis preguntas.

Para no hacerles el cuento más largo, para mi buena suerte pude encontrarlo en uno de los puestos de comida. Me presenté y le ofrecí un café o lo que él quisiera con el fin de saber quién era y cuál era su historia. El viejito me respondió con una frase sin igual –yo sólo quiero que seas feliz-, al decir eso, sabía que no estaba frente a una persona común y corriente. Amablemente aceptó la invitación pero para otro día, aduciendo que las personas que iban con él le estaban esperando. Me dijo que podía llamarle a cualquier hora, así fueran las once de la noche o las cuatro de la mañana, sacó una tarjeta de presentación y me la extendió junto con otras dos monedas.



Agregó que no me las regalaba porque de este modo perdían su valor. Sobra decir que no demoré en buscar diez pesos más y extendérselos mientras le ofrecía un fuerte apretón de manos. Acto seguido emprendí nuevamente el camino, con la diferencia que esta vez tenía una frase de vida, dos monedas más, su nombre, teléfono y una sonrisa aún más grande.

¿Qué valor tienen las monedas? ¿Quién es este personaje? ¿Qué pasó en nuestro siguiente encuentro? Eso es tema de otro post igual o más interesante que este. El punto no es ese, sino el liberar tu intuición de las trabas diarias a los que nos sujetan las prisas, los compromisos con la televisión o las concepciones programadas que son imperativas en tu rutina.

Si lo haces, tal vez te encuentres con mucho más que monedas. A mí me costó un viaje a Brasil entenderlo, idealmente a ti mucho menos, ¿entendiste el mensaje? Entonces, ¿qué esperas para liberar tu intuición el día de hoy?


Eso es el “efecto Brasil”.  

1 comentario:

  1. Claro que entendí: si llegas a ser un viejito de 104, siempre carga contigo monedas viejas

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