Los caballeros no tenemos memoria
Por
Darío Jurado
Cerré
la puerta del baño. Dios mío, si era excelso como ella, todo blanco, reluciente
y con acabados en alabastro; juro que nunca en mi vida había observado tal
pulcritud, seguramente podría haber comido sobre sus pisos sin temor a que alguna
infección atacara mi estómago.
Al
entrar al cuarto casi olvidé el motivo de mi visita, tal vez por la perjura de
romper aquel sortilegio inmaculado. Volví a la realidad cuando noté la única
discordancia en aquella habitación y vaya que era excepcional: no había papel
de baño, me cercioré de ello buscando en cada escondrijo posible, el hecho es
que en su lugar encontrábase un montón de libros escrupulosamente acomodados
por temas y autores.
Imaginen
mi sorpresa al notar que esto no era un descuido, sino un sistema
cuidadosamente calculado para elegir la obra de preferencia y proceder a
utilizar sus páginas para limpiarse el culo una vez terminada la faena. Llegué
a esta conclusión después de revisar detenidamente la pila y notar los
capítulos mutilados de libros de autores que no nombraré porque los caballeros
no tenemos memoria.
Sí que me encontraba ante la situación más
extraña e incómoda de la vida, ya que como es ustedes saben, hay ediciones que
usan papel de calidad dudosa, y no sólo eso, algunos son más ásperos y rugosos
que la misma corteza de un árbol.
No
hubo más que aceptarlo, como dicen en occidente, “el show tiene que continuar”,
y ¿cómo no? Si yo solo me había metido en esta mierda, si ustedes me entienden.
No
les hablaré de las demás incidencias de aquella noche que fueron hartas y probablemente aún más indecentes. Básteles saber que esa noche
aprendí una lección muy valiosa y que ahora quiero compartir con ustedes: dadas
las extravagancias mujeriles contemporáneas les recomiendo siempre cargar con
el libro de…. ¡oh Dios mío! Pero qué estoy haciendo, como les decía, los
caballeros no tenemos memoria.
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