Un textito que surge como resultado de un encuentro fortuito que experimenté hace algunos meses.
No voy a decir quién
eres
Crónica de los encuentros con una mujer
No voy a decir quién eres. Tal vez hasta cambie el color de
tu cabello, y no hable del brillo de tus ojos; baste con decir que un día se
cruzaron nuestros caminos, y que a partir de ese instante aprendimos a sonreír
cuando nos veíamos, y a saludarnos amistosamente sin ninguna pretensión o
propósito, inclusive quizá algún día estrechamos nuestras manos núbiles y las
dejamos ahí por algunos minutos. No lo sé, no lo recuerdo. En esa época, en ese
preciso momento podrían haber cambiado nuestras vidas. Me habrías dicho que te
gustaba, y yo, muerto de la vergüenza no habría atinado qué hacer, ni qué
decir. Tal vez me habría quedado mudo por algún tiempo indeterminado, impávido
del susto por saber que le gustaba a una niña como tú. Habrían pasado varios días
de estupefacción y solitud, y entonces, en un instante de revelación, me habría
despertado del letargo con un agudo e incesante repiqueteo en el corazón.
Seguramente habría corrido como un loco en tu encuentro para tomar tus manos y decirte
que también me gustabas, y con una sonrisa infantil te habría besado tonta y
desordenadamente, como lo hacen los gorriones párvulos que aún no saben volar
pero se dan sus piquitos sobre el tronco del árbol en que nacieron.
No sucedió.
Pasados los años y por casualidad, te encontré nuevamente. Ibas
de la mano de otro, pero eso no me importó, me limité a mirarte sólo a ti, como
se hace con los espejismos en los que desaparece todo lo que se encuentra a tu
alrededor excepto el objeto de tu fascinación. De verdad eras un sueño. Tus
rasgos de niña seguían ahí, pero habían dado paso a la mujer espectacular que
posaba sus ojos sobre mí. Me miraste tímidamente y sonreíste, tal vez por sorpresa,
tal vez de indiferencia. Sólo recuerdo que como en aquellos ayeres nos
abrazamos cariñosamente, envueltos en un gesto caluroso, armónico, cándido,
apenas con tintes del hombre y mujer que comenzábamos a ser, así, juntos, pero
a la distancia, una pareja que no fue, amantes frente a frente que no eran.
Nos despedimos por varios años más.
Eso nos lleva al día de hoy, a este encuentro, a este acaso
afortunado que nos vuelve a presentar el destino. Sí, he vuelto a mirar tus
ojos. Las circunstancias del espacio y el tiempo nos han llevado por caminos
muy distintos. Sin embargo en esta ocasión había algo diferente, las aguas
otrora turbulentas esta vez se nos presentaron sosegadas, diáfanas, instigantes.
Lo supimos. Nos contemplamos y lo reconocimos. Dejamos atrás los
tapujos presentes y las falsas facetas, las palabras innecesarias y los
obstáculos que representan las personas que nos rodean, y, por fin, nos
besamos, profusamente, tomándonos el tiempo que en tantas vidas cultivamos, revelando la cadencia de dos almas perdidas que volvían a encontrarse en otra época,
descubriendo los labios que nacen de la exaltación de saber que este beso,
aquel con el que soñamos tú y yo durante incontables días, al fin había posado
su calor inextinguible sobre nuestra existencia.